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6 de diciembre de 2004

Domingueando...

Generalmente los domingos no puedo congraciarme con el sueño... padezco una extrañísima enfermedad: enfermedad que me obliga acordarme de lo meramente intrascendental, ficticio, cantinflesco, aburrido, inservible, imperdonable, doloroso.

Los domingos me obligan a odiar el resto de la semana. Es generado en mi interior algún tipo de químico que hace que las endorfinas recorran caminos distintos hacia la plausibilidad de mis emocionalidades, por todo ello, la química sanguínea, neuronal y espiritual en mi, se ve interesada por escupirle al mundo una sonora sinfonía de maldiciones, mentadas de madre e invocaciones malignas. Los domingos.

Los domingos son tardíos, oscuros, "familiares", de parejas congraciadas con la magia espectacular del shoping dominguero, de parejas convencidas de comprar cualquier madre inservible en el samborns, o de pendejear olímpicamente en Coyoacan, el tianguis de La Raza, Tepito, La Lagunilla o los mercaduchos o tianguis barriales locales; muchas parejas y familias recurren a los supers. Yo, intento recurrir a formás alternas de consumismo o intercambio mercantil.

Desafortunadamente es el domingo el día x, el día en el que se pueden hacer muchas cosas o ninguna: compras, paseos, cine, visitas, zoo, museo, concierto, sexo, cerveza... quisiera que desapareciera el domingo de mi estrés, de la ardua fiaca y malestares insomnes... me encabrona el no poder dormir por las noches, más por las opulentas noches de domingo... sórdidas noches solitarias... temibles y reflexivas noches consumibles... espasmódicas y tristes, aberrantes, desquiciantes y amargas, en fin: noches.

El odio por el domingo debe merecer su origen en algún sistema psicológico o emocional en mi psiquis, algún trauma socio-cronológico, podría ser causa directa de mi lacerado animo, o de mis múltiples recuerdos domingueros...



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