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3 de noviembre de 2005

Continuidad

Continuamente me llega la torpedad. Es como una manera más de recibir
al mundo, de saborearlo, de vivirlo. En esas etapas en las que es
mejor vivir una letárgica soñolencia, es cuando más despierto estoy:
preguntarse por qué no duermo por las noches o por qué recurrir al
sueño diurno significaría tedioso. Durante la etapa pernoctante, es
cuando mejor lucen las cosas: el brillo inmaculado y terrorífico que
se acomoda en las cosas, con esa tenue y mortecina luz lunar, o con
esa amarillenta luz sintética, el silencio utópico de una ciudad sin
sueño, las miles de lascivas que emanan de esas bocas vírgenes, la
huella que dejan los antiheroes anónimos al pasar y romper, casi
desquebrajando, el silencio... el sueño de la mente, la mente sin
sueño. No puedo deambularme por ahí porque no hay lugares en los
cuales vagar, tampoco, encuentro brevedad y acomodo en los viejos
nichos de antaño. Ahora, soy como una función discontinua, en
cualquiera de los puntos: no hay dominio, ni codominio de mi
movimiento: es un limbo sin ruido. Al final, creo, continuare...

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