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1 de febrero de 2005

naufragio

A veces mi ego me somete a lo incomodo, a lo comprometedor. Generalmente, y ocurre siempre, me avienta hacia múltiples circunstancias. Escurridiza e invariablemente, escapo(con una muy buena y oportuna habilidad) a toda esa saga de eventualides y personajes circunspectos y pusilánimes que mi multipluri-personalidad intenta emular, caracterizar, ó, reivindicar: El frío unido y eterno de los muertos, la ufana y apagada chispa de esperanza de las almas resignadas, las marañas tejidas por los escapes olímpicos, el calor, que se adorna, con salvajes y bestiales olores humanos; la sangre, compuesta por los pecados de mamíferos y de marsupiales demoníacos; la blancura... prendida en el suculento vestuario de ángeles cuasi alegres, famélicos y llorosos. Cualquiera que sea la técnica escapista, sale sobrando. Es esa misma circunstancia, de carácter oportuno, o casual, la que viene a dar un poco de paz, a los atropellados lances, a los momentos de difícil o intolerable secuencia.
Al representar a un muerto, el calor que se manifiesta en la "vida", fue mi mejor delator.
La esperanza, que se abraza en los momentos duros y amargos, fue inecesaria: es la ultima medida de lo convencional.
Cuando el calor se necesita, se enfría el sentido: la ternura muere, la peste de las almas se manifiesta.
Conforme el Vino de Creta recorre el torrente, evoluciona el deseo, y por añadidura: el pecado.
Al tiempo en que la blancura sucumbe al perenne leguaje del terror, el negro-sólido-noche, nace.

... Después, los valientes marines, atormentados por la furia magnánima del mar, sucumbieron, lloraron y maldijeron los vientos, las bestias y a los dioses, que les servían de alimento. Quedando perdidos, en las entrañas eternas en insondables de los océanos.

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