los favores

Conmemoro los pequeños favores que la vida me ha dado:
Su sencillez y tragedia, su horror y fractura peculiares. Vanaglorio los detalles solitarios, anónimos... inexistentes. Manifiesto muy por encima de todo síntoma o estado festivo la ausencia: la que sea. Festejo, de igual forma, la falta, la carencia, la forma misma que secuencial e indeterminadamente da una forma desagradable en visualidades, olores, sabores, texturas y colores. Le correspondo mi tácita felicidad a las personas que exageran en vituperar su paso por el tiempo y el lugar[el que sea]. Extraño, en monstruosa tristeza, las soledades que me han marcado en emblemática felicidad, de la misma forma en que la soledad se permea o rompe por la inconforme o vacua compañía, dejándome ver, su mortuorio sentido; al tiempo reflecciono en paradojas múltiples y coherentes, que apuntalan más hacia el terreno marchito de la sepultura estéril, seca, ausente y olvidada que deja sobre lo vivido un matiz de soñolencias. Son sórdidos los gritos lascivos, intactiles las muestras de contacto corpóreo, ausentes las mustias y vulgares miradas en armónica insinuación o complicidad, e inservibles sobre y bajo el lapidario suceso.

Intensifico los momentos autónomos, los replico casi siempre: mi animalidad, convertida en una costumbre anecdotaria: La costumbre de mi tiempo: Mi indisoluble arrogancia y narcisita egoteca, pidiendome, rogandome, intentando en una incomoda suplica, no pedir, ningún otro favor.